AYLAN, EL PEQUEÑO JINETE DEL ABISMO

(Una versión de El jinete del cubo de Franz Kafka)

En nuestro país todo se ha consumido, llevamos así más de siete años, flotamos en la nada, los objetos no tienen ya ningún fin, el cielo de la guerra es despiadado, las escuelas han sido bombardeadas, la vida entera se ha congelado, los escombros parecen escarcha, ya no hay árboles y el frío se ha instalado en nuestras vidas; solo hay una salida, el mar. Eso nos dijeron. Da igual el oleaje, la dureza de la tempestad, el posible naufragio. La muerte. Da igual. El bote de plástico siempre partirá, aunque se dirija a la nada.

Antes, intentamos conseguir protección legal para huir de esta guerra que asola nuestras tierras. Queríamos ir a Europa. Allí podríamos reanudar nuestras vidas. Llegar a las islas griegas de Lesbos, Kos ... Da igual, el caso era salir de esta desolación. Siempre hay que huir de la muerte.

Decidimos pedir ayuda a un diputado internacional. Sin embargo, tanto le estábamos insistiendo con nuestras súplicas que él comenzó a mostrarse insensible al problema. Ahora le demostraríamos que conseguir el asilo evitaría el peligro de la travesía y del naufragio. Deberíamos probarle exactamente que él podría ser para nosotros como el sol de los cielos, como la luna en la oscuridad. Aunque el diputado se enfureciese ante nuestra insistencia, seguro que podríamos convencerlo y a la luz del mandamiento No matarás nos ayudaría sin más. No podía ser de otra forma. Le hablaríamos de nuestros hijos en primer lugar.

Fuimos a su casa, como en un sueño, transportados por nuestro deseo. Cruzamos la ciudad hasta el otro extremo. Aquí no había tanta destrucción como en nuestra zona. Las casas estaban enteras. Llegamos a la puerta de la calle que estaba abierta y ascendimos por unas escaleras hasta llegar a un rellano. Pudimos ver al fondo de una gran sala al diputado, concentrado y encogido ante su mesa, escribiendo; una mujer cerro la puerta de inmediato.

¡Diputado! - gritó el hombre con voz profunda y quemada por la ansiedad que le producía la situación- por favor, diputado, concédanos una audiencia. Nuestras vidas están vacías, Ya no podemos seguir aquí.

El Diputado dudó, se llevó la mano a la oreja, estaba algo sordo.

- ¿Oigo bien? - pregunta a su mujer- ¿Es un solo ciudadano? ¿O son más?

- No oigo nada -dice la mujer-.

- !Oh sí! -exclaman al unísono- Somos nosotros, deseamos hablar con usted, no tenemos medios para vivir aquí.


- Abre la puerta -le dice el diputado a su mujer-, ahí hay alguien, alguien que me habla desde el corazón, no puedo equivocarme tanto. Abre la puerta, te lo ruego. Yo no puedo levantarme.
 
-No hay nadie. El rellano está vacío -repuso la mujer después de haberse acercado a la puerta y haber hecho el simulacro de abrirla-
 
- ¡Estamos aquí! -vuelven a exclamar-.
 
- Voy ahora mismo -dice el diputado- intentando levantarse de la silla en la que se encontraba postrado-.

 

 - Tú te quedas -le inquiere la mujer-. No puedes moverte. Acuérdate de tu reposo. Aún no puedes andar. Iré yo.

    La mujer habló con el matrimonio, pero no sabemos lo que les dijo. Al volver, su marido el diputado, preguntó:

- ¿Qué quieren?

- Nada -le replica la mujer-, no hay nadie, han sido imaginaciones tuyas. Ve a dormir querido, yo también dormiré.

    Transcurridos dos meses, un cubo de zinc, oxidado y negro como la muerte, apareció volcado sobre la arena húmeda de la orilla del mar. El cubo rodaba de un lado a otro, de forma monótona, al ritmo del viento y de las olas; parecía el péndulo de un reloj sin tiempo. Al lado, un niño muy pequeño, comiéndose la tierra de su propio entierro, parecía descansar, exhausto, de un viaje al precipicio de la crueldad. Mojado hasta la piel más profunda, sus pantaloncitos azules parecían cubrirle en un intento de acoger su pequeña vida. Se dijo que murió ahogado, pero es probable que ya iniciara su travesía muerto de tanta soledad inmerecida. Bocabajo, parecía no querer mirar a ese mundo que había consentido su abismo. Acurrucado, no quiso mirarnos y su propio pudor dio la espalda a los que aquel día infausto le quisimos contemplar para no olvidar.


Mayo de 2018

Esther Arribas Lorenzo

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