Detalle


 

FUI PINTORA

     Vine al mundo en el año 1593. Mi palabra y mis pinceles han estado bajo tierra. Los acontecimientos de mi vida se silenciaron, al parecer no contenían lección alguna, tampoco mi arte. Todo fue ignorado. Incluso mi venganza se ocultó a lo largo de los siglos, pues no era comprensible.

          Gracias a otras mujeres que han investigado con tesón ya formo parte de la Cultura, y los colores de mi propia vida se pueden ver y reconocer en muchos lugares de este planeta.

     Así como el mar viene y va, la historia tampoco se ha quedado quieta en su propia orilla, y ha puesto voz a ese hecho luctuoso y funesto que marcó mi existencia. ¿Por qué silenciarlo? Desde tiempos inmemoriales existen bellas creaciones surgidas desde el abatimiento y desde la más profunda aflicción del ser. 

      Cuando aquel hombre me forzó, me transformé en mil mujeres a la vez, con el fin de impedir lo inevitable. La fuerza descomunal de mi negación no sirvió para nada y solo el tiempo me ayudó a desprenderme de aquello que al principio me pesó como un amargo fardo. Desde mi edad madura escribo esta carta con emoción y serenidad. Espero que la leáis con los ojos del alma. Puedo deciros que en mi existencia llegué a realizar lo que más deseé: amar, pintar y vivir.

Los colores vivos que aparecen en mis cuadros, y que tanto me gustan, quizás se deban a que nací en verano, estación que siempre me reportó alegría e intensidad en el vivir. En varios documentos y en algunas crónicas se menciona mi nombre asociado al exceso, y es verdad que nunca me acostumbré a los límites. 

Mi padre me enseñó a pintar, descubriendo en mí una capacidad y un talento que a lo largo de su vida respetó. Recuerdo que desde los cuatro o cinco años acudí a su taller para aprender su arte, convencida de que ese sería mi destino: pintar. Soy consciente de que le sobrepasé en fama, dinero y maestría en el oficio.

En Roma, mi ciudad natal, sobraban los artistas, los príncipes y los papas. A las mujeres siempre se nos emplazó en los márgenes. Mi querida madre murió en uno de sus múltiples partos cuando cumplí los 12 años. Cuidé de mis tres hermanos al ser la primogénita. Las labores domésticas me sobrepasaban, no había demasiado dinero en casa y yo me hice cargo de todo; pero nunca dejé de acudir al taller de mi padre para aprender. Él admiraba a Caravaggio; de hecho, eran amigos, y fue esa la razón por la que cultivé, con la destreza requerida, el arte de las sombras, de la oscuridad y de la luz.

Todo transcurrió en mi vida con normalidad, aunque por ser mujer permanecía encerrada en la casa, salvo al alba que iba a rezar a la iglesia. En 1611, al cumplir diecisiete años y no poder acudir, también por ser mujer, a las academias de bellas artes, mi padre decidió que tomara clases particulares de dibujo con un colaborador suyo llamado Agostino Tassi, un hombre cuya fama no era buena, pues había estado en la cárcel. Era un maleante, me violó. Cómo hablar de ello, cómo hablar de esa fuerza bruta y ciega. Se conservan los testimonios y las sentencias de todo el proceso del juicio, pues a pesar de mi negativa por la vergüenza, mi padre denunció.

       Es difícil descender al detalle de todo lo que ocurrió, llegaron a torturarme poniéndome unas cuerdas en los dedos para probar la verdad de mis juramentos. Ante los tribunales yo repetía siempre È vero, È vero, È vero. Fui yo quien tuve que demostrar que mi acusación era cierta. Sentí que nunca me creerían. Yo necesitaba mis dedos y mis manos para pintar y esa tortura me lastimó hasta el infinito.

     En aquellos tiempos, tan sombríos para las mujeres, gané el juicio y me fui a Florencia para liberarme de tanta insidia, cambiando mi apellido por el de Lomi con el fin de dedicarme por completo a la pintura. Mi padre, para salvar mi honor, me casó con un hombre mediocre, también pintor, del que pude separarme a causa de los pesares y penas que me proporcionó.

     A partir de ahí, mi vida fue una aventura. Viajé a Nápoles, a Londres, tuve hijos e hijas, tuve amantes a los que quise con pasión, conocí al gran Galileo, alcancé el éxito, también conocí el fracaso, gané dinero y lo perdí. Como dije, viví, pinté y amé.

    Me resta, pues, hablaros brevemente de mi fabulosa venganza. Cuando, un año después de aquella violación, pinté mi cuadro Judith decapitando a Holofernes sentí un alivio indescriptible. No siempre la venganza va unida a la destrucción. Desde el desaliento y la pena pude crear.

Pinté dos versiones en años consecutivos por necesidad, pero la primera fue la que más me ayudó a remontar. Sobre la tela plasmé la fuerza y la determinación de mi acto.

Judith y Holofernes aparecen en un primer plano distorsionado, invadiendo el espacio del posible espectador a quien incorporo a la venganza. Quise que la escena se desarrollara así: la concentración de Judith, el corte de la cabeza del violento guerrero, la sangre, el sinsentido y el horror.

Sin embargo, Judith está ya fuera de esa escena. ¿Lo observáis? El cuerpo mutilado y moribundo de Holofernes, la ayuda de la criada, las sombras negras del dolor. Judith ya no está ahí.  

Es así como pude firmar este cuadro con mi nombre propio: Artemisia Gentileschi. Adiós.

 

 

Madrid, 14 de diciembre 2020

Esther Arribas Lorenzo

Nota: Incluyo la segunda versión del cuadro. La primera versión se puede encontrar en Internet. Razón: esta foto es de dominio público. 



 


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