EL ABANDONO: CAMILLE CLAUDEL
He titulado este escrito-homenaje a
Camille Claudel El Abandono, título
de una de sus piezas escultóricas considerada por la crítica como una verdadera
obra maestra. Fue una de las últimas piezas que esculpió en 1905. Camille tenía treinta y nueve años. Murió a los setenta y nueve.
La
palabra abandono atraviesa de
principio a fin su existencia. Abandono por su familia; abandono por el que fue
su amante, el celebre escultor Auguste Rodin; abandono por la propia historia
que no la ha reconocido como artista hasta hace bien poco; abandono de ella
misma a los designios de la locura.
Cuando
me dispongo a escribir sobre su vida sé que voy a hablar de sufrimiento, una
palabra tabú en los tiempos que corren. Circula, actualmente, un discurso social
que esquiva y encierra al sufrimiento en los escollos de un silencio atronador.
Las nuevas religiones que se venden como alternativas terapéuticas, con un
discurso tal vez bienintencionado, hablan solo de felicidad, nos parlotean con consejos variopintos sobre esa aspiración
totalitaria y neoliberal: cómo ser felices. Aquí no voy a contar una historia
feliz. Intentaré explicarme por qué hubo tanto sufrimiento en la vida de esta
mujer, por qué hubo ese exceso de abandono desde el principio de su vida hasta
el final de la misma. Quizás el encuentro con el sufrimiento de los otros nos
ayude a entender algo del propio.
Bella,
inteligente, apasionada, culta, intensa. No fue una mujer de su tiempo
acomodada a los clichés burgueses de distinguida
señorita de finales del siglo XIX.
Sabía
lo que quería hacer con su vida desde muy pronto. Desde su niñez -lo que no es
habitual- sintió de una forma muy poderosa su vocación: ser escultora.
Y ha
de tomarse en cuenta que ser artista y además escultora, no era algo común en
aquella época. Con innumerables dificultades una mujer podía ser pintora,
escritora, pero ser escultora implicaba tener un oficio de hombre. Según los
cánones de la época, la escultura era un oficio sucio en el que la fuerza para trabajar con los diferentes materiales,
la precisión y la tenacidad eran características adscritas al género masculino
en el siglo XIX y prácticamente durante todo el siglo XX.
Su
producción artística es sorprendente. Nuestra mirada actual tendría que ser capaz
de captar la originalidad y los retos técnicos que sus esculturas comportan: se
separa radicalmente del academicismo reinante, rompe e innova en todos los
aspectos. Es una de las primeras mujeres que esculpe desnudos reflejando la
fuerza del deseo frente a los cánones de castidad y pureza de la época. Su arte
está estrechamente ligado a los acontecimientos más importantes de su
existencia. Diversas esculturas como Clotho,
El Abandono, La Edad Madura, La pequeña castellana, La Ola, El Vals, entre otras, demuestran que los espacios narrativos
creados por Camille Claudel constituyen verdaderos textos poéticos en los que
el impacto visual y emocional refuerzan la dimensión metafórica a veces,
mitológica en otras ocasiones y biográfica casi siempre.
Nació
en 1864 y murió en 1943. De estos setenta y nueve años de vida, los últimos treinta los pasó
encerrada en un psiquiátrico; callada, con su deseo petrificado, no volvió a
esculpir a partir del ingreso en el hospital; imploró salir para recuperar su
libertad, confiando ciegamente en recibir algún tipo de ayuda o
apoyo de su familia para escapar del dolor cruel y prolongado de aquel terrible encierro.
Este
fue el dato de su vida que me impactó: el encierro, el abandono, la soledad tan
absoluta. ¿Cuáles fueron las circunstancias que la llevaron a esta situación?
Ha habido más casos de encierros-entierros en la historia. Juana la Loca, por
ejemplo, estuvo recluida cuarenta y nueve años. Su amor por Felipe el Hermoso la situó en la
historia como una mujer de leyenda, loca de amor. Sin duda, esta versión no se
aproxima a la verdad histórica.
En la
vida de Camille Claudel el amor también hizo estragos. Y la leyenda de amor
apasionado por el escultor Auguste Rodin ahogó el reconocimiento histórico de
su indudable y exquisito talento artístico. En este caso la leyenda tampoco se
aproxima a la verdad; de modo que lo que sí puedo afirmar es que ese amor loco
de Camille hacia Rodin escondía otra verdad. Mi elección para trabajar sobre
esta artista tiene que ver, como decía, con ese dato áspero y sobrecogedor: treinta años encerrada. ¿Qué sucedió?
Villeneuve
fue el pueblo en el que transcurrió su infancia. Los biógrafos cuentan que la
casa familiar se encontraba ubicada frente al cementerio y que probablemente
viera allí las primeras esculturas. Se la describe como una niña solitaria;
siempre en busca de barro y arcilla para modelar los bustos de su entorno
familiar: sus hermanos, la madre, la criada.
La
familia era muy peculiar; según su hermano Paul Claudel, dos años menor que
ella y futuro escritor que alcanzaría la fama, siempre discutían entre ellos. El
padre y la madre apenas se hablaban, los hijos se peleaban, había enfrentamientos
continuos con un agravante: la madre nunca les besaba, ninguna caricia, ningún
signo de ternura, una madre huérfana desde los dos años y en
permanente duelo por un hermano que se suicidó.
Camille
fue la primogénita, pero vino a sustituir a un hijo que murió a los quince días de
su nacimiento. Nació al año siguiente de esa muerte. El duelo de la madre, en
esta ocasión, tampoco pudo superar aquella pérdida. Desde su nacimiento, por
tanto, no fue bien recibida: esa madre doliente esperaba otro varón. Pero nació
Camille, una niña bella, risueña y rebosante de salud que ensuciaba de barro la
casa para enfado e ira de esa madre instalada siempre en la intolerancia, pero
que, por otro lado, hacía las delicias del padre, un padre que apoyó, como
pudo, a su hija Camille.
Se
tiene constancia de que a los seis años ya modelaba y a los trece ya había
esculpido su David y Goliat, una
escultura que mostraba ya su gran capacidad para reflejar en los rostros
esculpidos las sombras y las luces de los seres humanos.
La
familia Claudel se traslada a París. Es una decisión del padre motivada por la
aptitud de su hija hacía la escultura, pero él no se desplazará a París por razones
de trabajo. La madre siempre culpabilizará a su hija Camille de esta separación
impuesta; su hermano Paul nombrará este momento familiar como un cataclismo.
Según
Anne Rivière, investigadora de su vida y obra, el padre solicitó orientación a
varios escultores. Finalmente, el director de Bellas Artes al contemplar las
esculturas de la joven, pregunta si ha tomado
lecciones con el señor Rodin por la semejanza en el estilo. Camille nunca había
oído hablar de Rodin. Tenía solo diecisiete años.
En
esta época las mujeres no podían estudiar en las Escuelas de Bellas Artes pues
entrañaba un grave peligro para la decencia y el recato. Camille se matricula
entonces en la Academia Colarossi y asociada a otras compañeras alquila un
taller al lado de la casa familiar. Camille realiza sus deseos a pesar de la
hostilidad de su madre que considera esta actividad impropia de una mujer.
El
encuentro con Rodin está próximo.
Rodin
reemplaza al escultor Boucher como profesor en la Academia y la alumna Camille
le parece desde el principio un ser extraordinario, no solo por su belleza. Con
diecinueve años ya no cree en ninguna religión, la familia y la sociedad le
parecen convenciones falsas, vive para la lectura, la poesía y el arte. París
es una ciudad fascinante.
Rodin,
escultor ya consolidado, tiene cuarenta y cuatro años. Se llevan veinticinco.
El vigor y la solidez del trabajo escultórico de Camille le sorprende y la
invita a trabajar en su taller. Intelectualmente más preparada que él, se
consagra a la investigación histórica de los personajes a esculpir y es así
como llega a ser su ayudante favorita, convirtiéndose más tarde en su amante.
Comenzará a perder su independencia. La relación se tornará clandestina sobre
todo ante la familia de Camille. Y sus trabajos escultóricos serán valorados
sin autonomía respecto de su maestro: siempre será su alumna. El padre advierte a Camille sobre esta pérdida de
independencia, pero ella no atiende a las razones paternas.
Las
cuentas de Rodin no reflejan ningún salario a Camille hasta 1896. El profesor
utilizó las cualidades de su alumna para la realización de algunas de sus obras
más importantes como Las Puertas del
Infierno o Los burgueses de Calais; además
será acusado de plagio, con razón, por Camille. Estos abusos aparecerán reflejados
años después en las ideas delirantes de Camille.
Rodin
tiene fama de mujeriego; además convive desde hace veinte años con Rose Beuret con
la que tuvo un hijo al que nunca reconoció. Mantiene su relación con ella hasta
la muerte. La sumisión y el desequilibrio forjaron los pilares del amor de Rose
a Rodin. La comodidad y la cobardía fueron los cimientos del amor de Rodin a
Rose. El trío Camille, Rodin, Rose se convertirá en algo irrespirable y
mortífero.
Aparecen
los celos fundados e intensos de Camille. Solo habrá promesas múltiples e
incumplidas de Rodin hasta que llega la separación después de un aborto,
acontecimiento desgarrador para Camille que originó la ruptura definitiva y que
se ha mantenido oculto durante cien años por la familia Claudel. Todos estos
hechos actualmente están fechados gracias a la correspondencia entre ambos y a
las investigaciones de sus biógrafos.
A
partir de la separación Camille se consagra totalmente a la escultura, recibe
encargos del Estado, pero no son suficientes, aparecen las dificultades
económicas y enferma con frecuencia. La familia descubre sus relaciones
clandestinas con Rodin y la intransigente y puritana madre hace estallar el
odio hacia su hija prohibiendo que vuelva a la casa familiar en París y en Villeneuve.
Su padre intenta ayudarla económicamente a espaldas de la madre, y su hermano
Paul, un gran apoyo hasta ese momento, viaja al extranjero por razones de
trabajo. El aislamiento y el abandono comienzan a hacer estragos y se erigen
como puerta de entrada a los primeros signos de su locura.
La Edad Madura es un grupo escultórico
en el que me detengo porque su ejecución tiene como punto de partida la
separación amorosa entre Camille y Rodin, así como el inicio de su enajenación.
Esta escultura representa una elaboración del suceso traumático de su
separación. También puede simbolizar otras experiencias más antiguas de su vida
en relación con su madre personificada por una vieja cruel y descarnada. El
grupo está compuesto por una mujer muy mayor (Rose), un hombre maduro (Rodin) y
una mujer joven (Camille). La obra capta
ese instante de separación, la joven implorante arrodillada dirige su cuerpo y
su mirada a esa fuga del hombre maduro que se aferra y es arrastrado por la
muerte representada por la mujer vieja, muy semejante a su escultura Clotho, la que en la mitología corta los
hilos de la vida y que representa aquí la rival que aleja de ella a ese hombre
que amó, Rodin. Este trágico trío sitúa cronológicamente su pasaje al delirio.
Rodin
se vio reflejado en esa escena y como hombre de poder intervino para que el
Estado anulara su fundición en bronce, impidiendo con este acto la publicación
de la obra en ese momento.
Todo
trabajo artístico ha de publicarse, es decir, ha de llegar al gran público, no
solo a los allegados, para que el nombre del artista y el objeto de arte se
constituyan como tales. Ese acto de anulación impidió a Camille la
autentificación de su nombre de artista asociado a la obra La Edad Madura en un momento crucial para su carrera artística y
para su vida.
El
significado biográfico de esta obra permitió a Camille encontrar cuál fue su
posición en este trío. Ponerla en escena y publicarla, le hubiera permitido,
quizás, gestar para sí misma otros designios. Por su anulación, la obra tomó el valor de un
pasaje al acto, es decir, Camille se quedó sin el soporte simbólico que le
hubiera permitido elaborar ese suceso traumático a través de su escultura. Hay
que decir que más tarde un coleccionista la iría fundiendo pieza a pieza,
comenzando por la mujer joven, la implorante.
El
delirio de persecución se instala: el monstruo Rodin roba toda su obra, plagia
sus ideas y organiza un complot contra ella. Intenta envenenarla, trata de
matarla, la persigue, ideas delirantes todas ellas que entrañan una protección,
una defensa, que impide a Camille acusar directamente a su madre porque no se
permite odiarla.
Estas
ideas delirantes potencian definitivamente su aislamiento y se encierra en su
taller. No sale a la calle. Destruye muchas de sus esculturas a martillazos
cuando le dan alguna noticia desagradable y su deterioro ya es imparable.
Su
madre en el delirio nunca funcionará como perseguidora. Camille no pudo asumir
la despiadada ferocidad de su madre desde que nació. El estrago entre madre e
hija, dispuesto desde su nacimiento, no pudo hacer frente a esa madre
aterrorizante que la hizo cumplir una posición de exilio de por vida
encerrándola más tarde en un manicomio. Camille no pudo salir de esa escena en
la que ella se sitúa en el trío como implorante en una eterna súplica de amor
materno.
Leyendo sus cartas escritas
en el psiquiátrico se puede entender muy bien esta cuestión. Se pasa treinta
años implorando que la saquen de allí, suplicando a su madre que la acepte para
llevar una vida normal. En sus cartas describe el asilo como un lugar para
morir y así se lo expresa a su madre.
A los diez
días de la muerte del padre, que se había opuesto en vida al internamiento de
su hija en un psiquiátrico, la ingresan. La madre pedirá a la administración
del psiquiátrico el control absoluto de su hija: no podrá recibir visitas,
tampoco recibir cartas y las suyas serán interceptadas. Durante su encierro de treinta
años ni su madre ni su hermana fueron a visitarla. Solo su hermano Paul Claudel,
atormentado por sus ideas religiosas y
puritanas de remordimiento, irá a verla en contadas ocasiones llegando a considerar el internamiento como una
expiación por sus pecados, cuando para Camille sus sufrimientos en el asilo no tenían ningún
valor de arrepentimiento. Los asilos mentales en el siglo XIX y principios del
XX eran peor que las cárceles: allí los sujetos se encontraban despojados de
todo derecho y no tenían ninguna posibilidad de curación, iban allí a morir.
En la
mayoría de las cartas de Camille escritas desde el manicomio encontramos
lucidez y respeto, una lucidez compatible con las recomendaciones de los
médicos para sacarla de allí y llevar una vida normal al lado de su familia,
pues no era agresiva, aunque persistieran sus ideas delirantes. Un de las cartas
de la madre dirigida a la administración en respuesta a una de las tentativas
para sacarla del manicomio muestra su ensañamiento: “Camille es una mala chica... no estoy dispuesta a olvidar sus malas
acciones...ni a volver a verla nunca...”
Camille no encaró este estrago, aunque rozara con
sus palabras y su extraordinaria forma de escribir, la verdad, la suya. En una carta a una prima dice: “Las lágrimas del exilio, las lágrimas que he vertido gota a gota desde
que fui arrancada de mi querido taller. ¡Usted que conoce mi apego a mi arte
debe saber lo que he tenido que sufrir al ser separada de golpe de mi querido
trabajo, usted que me conoce tan bien a pesar de mis despistes e
insensateces!!”
Madrid, 4 de noviembre
de 2016
Esther
Arribas Lorenzo
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Barcelona, Nuevo Arte Thor, 1989.
Nota: este trabajo apareció inicialmente publicado en la Revista Costa Digital de Granada en el año 2016. El enlace, de momento, aparece roto por cambio de formato.
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