INSURRECCIÓN DE LA MEMORIA
El río Nilo. El río fluye como la vida. |
INSURRECCIÓN
DE LA MEMORIA
<<Que
lo que se ha dicho, todavía no se ha dicho bastante>>. Esta
frase es una cita de Albert Camus que he pillado en Internet. Me
gusta. Y a mí esta frase me evoca que todavía podemos decir algo
sobre lo ya dicho, aunque no seamos originales.
Soy
su nieta. Y ahora tengo miedo. No me da vergüenza decirlo. La
pandemia. La muerte. Como soy joven se me presupone un positivismo
ingenuo del que, sin embargo, no participo. Tengo 27 años. Intuyo
que la especie humana no va a cambiar, aunque ojalá se abra un punto
de esperanza con lo que ha pasado, pero no creo. Estudié Historia
como mi tía, a la que quiero mucho. Freud dice que hay una fuerza en
la historia y en las personas que se llama Eros y que nos ayuda a
vivir conforme a nuestros deseos. Por el contrario, Tanatos, la
pulsión de la muerte, siempre está al acecho. Es una especie de
inercia que nos lleva a la destrucción. Bueno, esto me lo ha contado
mi tía. Yo no he leído a Freud, pero me llega, aunque digan que
está pasado de moda.
Mi
abuela, cuando era joven, me parece a mí que no sabía nombrar los
acontecimientos que vivía. No sabía explicarlos. Cantaba muy bien,
doy fe. Solo sabía contarlos a
través de las coplas que escuchaba a los cantantes de su época.
Mira que eres linda, que preciosa eres ... estando a tu lado verdad
que me siento más cerca de dios. Y era así, ella me contaba que cantando se
encontraba cerca de dios, y para ella eso era la felicidad, y el
éxtasis. A mí me gusta el éxtasis y, también, la felicidad, pero
solo para un rato, como ella me enseñó, si
no te volverías tonta,
me decía.
Tiene
91 años. Fue guapa de verdad. Su sonrisa, serena y algo
circunspecta, es capaz de llenar el jardín por el que ahora pasea.
Relegada en su Residencia parece comprender lo que está ocurriendo.
En estos tiempos que corren nos está prohibido vernos. Pero me envía
su sonrisa a través de videollamadas. Veo su imagen y su vida se
reduce hoy a un trozo del cielo de Madrid, es el cielo luminoso con las
nubes de su jardín. Las nubes son bellas, sobre esto hay consenso.
Pero su historia no lo fue, como la de muchos de su generación,
aunque lo fuera a ratos, como decía ella.
Ahora
que no puedo verla y, además, tiene Alzhéimer, me entran las ganas
de saber. Pero es difícil. Ella no puede encontrar en el olvido las
palabras, las que siempre le faltan. Y me identifico con ella, a mí
también me faltan. Búsqueda infructuosa. No siempre hay palabras
para nombrar la vida y el vacío. Menos mal que hay coplas. Sin
embargo, ella sonríe, como si todo esto lo hubiera aceptado
cortésmente. Algo tan difícil. Es asombrosa su asunción.
Como
si quisiera enseñarme alguna lección importante sobre el amor, mi
abuela, que ya no tiene palabras para expresar casi nada, canta a la
perfección esta copla de una cantante famosa de su época:
<<
Mira mi brazo tatuado con este nombre de mujer
Es
el recuerdo del pasado que nunca más ha de volver...>>
Siempre
cantó lo que le hubiera gustado vivir, pero no tuvo libertad para
poder elegir. A su manera mi abuela siempre ha hablado de sus
recuerdos indelebles. Yo tengo un tatuaje en el brazo, un animal que
representa la libertad. Lo dijo Kafka en uno de sus cuentos. Soy tan
sofisticada como mi abuela, me doy cuenta. Un animal y la libertad
tatuados en mi brazo. No sé si me gusta. El cuento creo que se
titula Investigaciones
de …
o quizás Conversaciones
… No recuerdo el título completo, pero es alucinante. Lo encontré
también en Internet.
Siempre
me ha parecido que la relación de mi abuela con sus recuerdos ha
sido difícil y carente de libertad. Durante su infancia, también en
su juventud, hubo cosas de las que no quería hablar casi nunca: el
hambre, los muertos sin causa, la represión política, el sinvivir, y
la angustia profunda de una dictadura feroz impropia para los cuerpos
y para las almas.
Como
yo he estudiado una carrera, no quería hablarme de la miseria
extrema de aquellos tiempos. No quería recordar. Se imponía a sí misma el silencio y tapaba su memoria
con la sombra alargada de un olvido programado. Fue su decisión.
No
quería hablarme de que en la posguerra, en alguna ocasión, llegó
a no tener zapatos … y otras cosas más sobre las que selló sus
labios. Ella sentía mucha vergüenza de haber pasado tantas
calamidades, sentía bochorno de su incultura, de su desamparo, como
si la culpa fuera suya. Y escondía sus recuerdos, siempre. La
desmemoria hizo estragos en su vida, como en tantos de su generación.
Ahora
ya no cuenta nada más, pero yo creo que ella ha contado lo
suficiente si se sabe escuchar.
La
inquietud de estos días, la fragilidad de esos lugares donde viven
los mayores y que presuponíamos seguros, pues de algunos han hecho un
infame negocio, me lleva a pensar que aunque mi abuela esté, quizás por azar, aún
viva, la han dejado, como a tantos otros de su
edad, en un lugar que en ningún caso se merece: la última de la
fila.
8
de mayo de 2020
Esther
Arribas Lorenzo
Excelente historia de tres generaciones de mujeres.
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